
Razón fragmentada
Rodrigo BárcenasEn un principio, tenemos autores que hacen uso de esta técnica como forma de romper con el espacio-tiempo, sin perder el orden racional propio de la literatura, no tanto con una finalidad meramente pretenciosa. Mariano Azuela y Nellie Campobello son una muestra de este ordenamiento inteligente que encuentro con un sistema de ideas, claramente expuesto: el fracaso del idealismo revolucionario.
Muestra de ello es la solución de Luis Cervantes, dentro de Los de Abajo de Azuela, al huir de México luego de observar la muerte de los militantes de la División del Norte. Hay una ruptura del espacio-tiempo, estructuralmente hablando, cuya función es exponer a una sociedad abismal, que parecía encontrar un ápice de esperanza en la idealización de figuras políticas, quienes decían tener la respuesta ante un pasado dictatorial; estas respuestas, al final, terminaron en el mismo escenario.
Nellie Campobello, por su parte, hace aún más fragmentaria su obra. No hay una línea temporal que cuente una trama, porque simplemente no hay nada más que contar, únicamente las historias de quienes murieron en el pasado, mueren en el presente y morirán en el futuro. Aquí, aún no toman voz los muertos vivientes, como ocurrirá con Pedro Páramo; pero este fallecimiento omnipotente ya es muestra del estancamiento histórico reflejado ya no solo en la muerte física de las personas, también en la de la literatura misma. Posterior a Juan Rulfo, han predominado escritores que solo se centran en formalismos, sin ninguna hipótesis que pueda interpretarse de la sociedad, o criticar, o burlarse, o decir algo de esta; solo una proyección personal, en ocasiones vacua. Esto se cristalizará durante la época de los “talleres literarios”.
Tenemos a Juan José Arreola, quien es experto en manejar las formas como un sofista, y quien logra hacernos ver como algo bello lo escrito. Tenemos, por otro lado, al “grupo sin grupo” cuya divinización por no haber encajado en una ideología específica es, en realidad, una forma de engañarnos sobre sus creaciones, las cuales siguen la misma línea: la nada… ya no hay nada que contar.
Y, creo, el problema es que el canon cristalizó las líneas creativas y nos vende un producto que estéticamente es atractivo; pero, esto solo es una ilusión de mercado… Parece que Nellie Campobello tenía razón, hay muchos muertos a nuestro alrededor, cuyos nombres los hace intocables, y sus estructuras rimbombantes sesgan el juicio de nuestra mente lectora que, en muchas ocasiones, busca una identificación personal.
Nos seduce una magia que solo hace más borrosa la realidad, es una magia artificial cuya operatoriedad, en una sociedad que ha dejado en imagen atrás la cosmovisión de lo ritual y lo mágico, es nula, o al menos nulo contra las ideologías predominantes que actúan como la nueva magia ritualizada; eso únicamente pertenece, en esta época, a las comunidades que son en sí originarias; sin embargo, los autores que nos han seducido y sesgado solo buscan imitar algo que ya no es de ellos.
Arreola, por ejemplo, es un escritor sofisticado que escribe y reconstruye recursos mágicos dentro de situaciones que solo representan una escena cotidiana o terrible y, en realidad, no pasa de ahí; queda reducida al cierre categorial de las formas y el psicologismo sin llegar a la tercera esfera de lo racional.
Por ejemplo, recordemos Para entrar el Jardín, ¿qué ocurre en este texto? ¿hay un sistema de ideas racionales que interpreten la realidad de su sociedad? En mi visión, basada esencialmente en la genealogía y el cierre categorial del Materialismo filosófico que propone Jesús G. Maestro, no. Únicamente hay un acto de ritualizar un homicidio; es decir, una reconstrucción de una acción que pertenece a lo que llamarían mundo antiguo —la ritualización— dentro del mundo moderno, dejando ver únicamente una proyección psicológica del autor que embellece los actos por las construcciones retóricas, deslumbrantes.
Cartucho convive con la muerte y, además, advierte las consecuencias sociales que afectarán posteriormente al arte: la muerte más allá de lo físico, la muerte de la literatura crítica que quedará estancada en el manejo del lenguaje sofisticado, un ejemplo es Arreola y los contemporáneos.
No se me interprete como una forma de lo que sería una cancelación de los autores sofisticados; más bien, piénsese en una invitación a considerar a estos con una lectura de cuidado, que no debe sesgarnos de lo que son: creaciones que únicamente son formales y deben verse de críticamente, como un reflejo de la fragmentación de Estado que cargamos desde la invasión española.
